Y SI SOLO NOS QUEDARA REZAR?...

Redistribución de la riqueza es un término rojo, rojo como la sangre y vetusto, utópico, sobre todo en épocas donde “concentración” de la misma ha marcado el triunfo de la economía de mercado. Equidad social, Justicia, y Dignidad, son valores degradados, y bajo esta lupa, son valores y términos amarillistas, con tintes de ocres, y perfume de sueños olvidados.
La esclavitud fue abolida y sin embargo en los cinco continentes aún se trafican un millón de vidas al año. La promesa de un mundo mejor y mas progresista convive con realidades tales como el hambre, la falta de atención médica, la explotación laboral, enfermedades de comienzo de siglo pasado, la carencia de agua potable, y condiciones de vida sumamente bajas (al punto de lo humillante) y montones de adeudos mas, que conocemos, y vemos a veces en periódicos y noticieros, que nos hacen olvidar lo dulce de la promesa que teníamos en proyección… y ahí aparece otra vez el término “millón” que muchas veces es de color verduzco casi negro como el dólar y tan oscuro como los trajes de los agentes de bolsa, de un barril de crudo tan alto como el mismo cielo…
Son lo ligero de los términos con colores pasteles de algunas de las noticias que ya nadie lee… por cotidianas? reiterativas? porque no venden… O porque son como el padrenuestro que se reza casi todo junto y de corrido como algo reiterativo y que no interpretamos, ni sentimos… porque lo tenemos metido, y se repite sin sentirlo?
K-nelita desde su blog “Te Propongo”, nos recordó a Mario Bendetti, con su “Padre Nuestro Latinoamericano”, algo que parecería bandera de los revolucionarios e idealistas de los años 60´… una vieja oración que no pierde vigencia, y que cumple casi 50 años… hoy más vigente que nunca, y para los que tenemos hipotecada la esperanza... quizás sólo nos quede rezar, y en momentos de reacción indignarnos y y mirar para otro lado...
Para quienes no la conozcan, aquí va la misma:

Padre nuestro que estás en los cielos,

con las golondrinas y con los misiles,

quiero que vuelvas antes de que olvides

cómo se llega al sur de Río Grande.
Padre nuestro que estás en el exilio,

casi nunca te acuerdas de los míos;

de todos modos, dondequiera que estés,

santificado sea tu nombre,

no quienes santifican en tu nombre

cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria.
En junio de mil nueve setenta y cinco

ya no sirve pedirte

"venga a nos el tu reino",

porque tu reino también está aquí abajo,

metido en los rencores y en el miedo,

en las vacilaciones y en la mugre,

en la desilusión y en la modorra,

en este ansia de verte pese a todo.

Cuando hablaste del rico, la aguja y el camello

y te votamos todos, por unanimidad, para la gloria,

también alzó la mano el indio silencioso

que te respetaba pero se resistía a pensar

"hágase tu voluntad".
Sin embargo, una vez, cada tanto,

tu voluntad se mezcla con la mía;

la domina, la enciende, la duplica,

más arduo es conocer cuál es mi voluntad

cuando creo de veras lo que digo creer,

así en tu omnipresencia como en mi soledad,

así en la tierra como en el cielo,

siempre estaré más segura de la tierra que piso

que del cielo intratable que me ignora.
Pero, ¿quién sabe?, no voy a decidir

que tu poder se haga o se deshaga.

Tu voluntad igual se está haciendo en el viento,

en el Ande de nieve,

en el pájaro que fecunda a su pájara,

en los cancilleres que murmuran "Yes, sir",

en cada mano que se convierte en puño.

Claro, no estoy segura si me gusta el estilo

que tu voluntad elige para hacerse;

lo digo con irreverencia y gratitud,

dos emblemas que pronto serán la misma cosa.
Lo digo, sobre todo, pensando en el pan nuestro de cada día

y de cada pedacito de día.

Ayer nos lo quitaste, dánosle hoy.

O al menos el derecho de darnos nuestro pan,

no sólo el que era símbolo de algo,

sino el de miga y cáscara,

el pan nuestro.
Y ya que nos quedan pocas esperanzas y deudas

perdónanos, si puedes, nuestras deudas,

pero no nos perdones la esperanza;

no nos perdones nunca nuestros créditos.

A más tardar mañana saldremos a cobrar a los fallutos,

tangibles y sonrientes forajidos.

A los que tienen garras para el arpa.
Poco importa que nuestros acreedores perdonen

así como nosotros, una vez, por error,

perdonamos a nuestros deudores.

Todavía nos deben como un siglo de insomnios y garrote,

como tres mil kilómetros de injurias,

como veinte medallas a Somoza,

como una sola Guatemala muerta.
Y no nos dejes caer en la tentación

de olvidar o vender este pasado,

o arrendar una sola hectárea de su olvido,

ahora que es la hora de saber quiénes somos

y han de cruzar el río el dólar

y su amor contra-reembolso

arráncanos del alma el último mendigo

y líbranos de todo mal de conciencia.
Amén.